_ ¡Recreo!_ se escuchó la voz de uno de los compañeros del aula. Era la voz del “Chato” César que se había olvidado de la presencia del profesor de Educación Cívica, un educador que además de ser maestro era abogado y muy estricto. Por los mechones de canas que llevaba, tendría sus 50 años. A éste no le gustó, como fueron los profesores del siglo XX, la estridente exclamación del compañero de aula. Era falta de respeto a su persona.

_ ¿Quién fue?_ preguntó el profesor con una voz avinagrada y los dientes que tronaban entre sí. Nadie contestó. Sólo los gritos de otros alumnos se escuchaban en el patio donde realizaban Educación Física. Un lapicero cayó al piso. Las hojas de los cuadernos comenzaron sonar. Nadie hablaba. Ni el respirar de los alumnos se sentía. El punto oscuro de una mosca apareció en el vértice de la esquina del aula.

_ ¿Quién fue?_ volvió a preguntar pero esta vez con la voz temblorosa de rabia. Por los ojos parecía botar fuego. Se notaba más molesto. Las manos le temblaban de cólera. Sentía que era burlado porque nadie se hacía responsable de la exclamación. Se paró de inmediato como si alguien lo jalara. Su delgado cuerpo se puso delante del pupitre y alzó la voz:

_ ¿Quién fue?_

“Piolín” codeó al Chato César para que se haga responsable de su actitud. Éste se negaba. Volvió a codearlo pero aquél continuaba negándose. El silencio reinaba en el aula. Ahora el punto oscuro de la mosca se había perdido en el otro vértice del aula.

_Nadie sale a recreo hasta que el alumno que gritó se identifique_ dijo el profesor Mazarino. La corbata negra, que resaltaba en su camisa blanca, se había volteado por encima de su hombro. Algunos compañeros reían tapándose la boca para que no los escuchara. Otros eran en silencio. El pequeño rulo, que salía del peinado a un costado, se había caído por su frente cóncava sudorosa.

Los alumnos de las otras aulas de quinto año salían a recreo corriendo uno tras otro. El patio comenzaba a llenarse de alumnos de todos los grados. Algunos profesores caminaban por el patio. El director había entrado a la sala de profesores. Las pelotas chocaban contra los aros de los tableros de básquetbol. Algunos alumnos se dirigían al quiosco para tomar un jugo o comer una papa rellena de acuerdo a la propina que llevaban. Otros salían del patio central y se dirigían al canchón para jugar fútbol.

Nadie hablaba en el aula. El doctor Mazarino Bazán (quien después llegó a ser magistrado de la Corte Superior de Cajamarca) se paseaba frente a nosotros como toro botando humo por la nariz. Por momentos nos miraba y por otro revisaba un libro hoja por hoja. En la carátula del libro decía: “Constitución Política”.

_ Fue el Chato César, profesor_. Se escuchó una voz media ronca y acusadora. La voz salió entre el silencio y el zumbido de la mosca oscura que se había posado en la parte superior de la pizarra. La voz era de Yondé. Chancón e infaltable a clase y, sobre todo, sobón.

_ César, pase al frente_ ordenó el profesor. César colocando las manos sobre la carpeta bipersonal se paró con miedo y se dirigió al frente, delante de la pizarra. Le temblaban las piernas. Las manos menudas le sudaban. Parecía que iba a llorar, no podía hacerlo porque él nunca llora. Parado al frente, sobre la tarima nos miraba pero no dejaba de poner los ojos en Yondé. Con la mirada ya lo tenía jurado.

_ ¿Por qué gritó si sabia que estamos en clase?, ¿Por qué me a hecho esperar, no pudo decir que fue usted el que gritó?, ¿no pudo decir que se equivocó?_, interrogó el maestro para luego acercarse al Chato César. Éste no contestaba. Parecía que se había tragado la lengua. O una bola de saliva se había quedado en la garganta. Aquél se quedó mirándolo y de un de repente, ante ninguna respuesta, le extendió una cachetada que lo movió del lugar donde estaba parado.

_Ahora pueden salir… ah, no se olviden, la próxima clase hay intervenciones orales a cualquiera. Así que estudien _ dijo el profesor y desapareció en el umbral de la puerta.

No nos llamó la atención el comportamiento del profesor porque sabíamos que era estricto. No podíamos comportarnos mal con él porque nos caía. Lo que sí nos llamó la atención es qué pasaría después entre el chato César y Yondé. La mayoría de los compañeros salieron al patio donde se escuchaba noticias escolares y música de recreo. Era el radio periódico. Sólo dos grupos se quedaron en el aula: los amigos del Chato César y de Yondé. El grupo de los palomillos y el de los chancones, respectivamente. César aún se cogía la cara de dolor.

Reviéntale el hocico, César_ habló el gordo Miguel_. No queremos soplones en el aula. Ni mucho menos los que se quieren dar de chancones y niñas intocables.

_Tendrán que hacerlo con todos nosotros_ salió alfrente “El Pato” Cabrera, otro chancón y medio sobón y amigo de Yondé. Ambos no habían iniciado sus estudios en el glorioso San Ramón, sino que se habían trasladado de otro colegio. Decían que habían llegado del colegio Cristo Rey, antaño enemigo del glorioso sesquicentenario.

Ambos grupos estaban casi parejos en amigos. Podían cogerse uno a uno. En el grupo de Yondé estaba el “Caballo”, cuyo apellido era Estrada. Era el más alto del aula y el más macetudo. Pero nunca lo habíamos visto pelear. Decían que no tiraba su bronca. Que era un mariconazo peleando.

_No, que se agarren los dos_ dijo “Chelo”, amigo del Chato César, un muchacho delgado que parecía malnutrido y de nariz aguileña.

_ Sí, que se arreglen los dos_ agregó Napo también amigo de César y hermano de Chelo. No era flaco sino un poco trejo que podía agarrarse con el Caballo.

_Como quieran_ intervino Nieto, quien se había parado delante de Yondé. Otro chanconcito, el segundo del aula.

_ Primero pregúntelos si quieren pelear. Si quieren arreglar las cosas. Si no quieren de nada sirve que nos estemos peleando_ habló “Hueso” Rabanal. Un compañero que no era ni muy chacón ni muy haragán, pero estaba de lado del Chato César. Era el más bajo del aula pero el más leal. En cuarto año había ocupado el primer puesto del aula, motivo por el cual le habían dado la diploma de reconocimiento y aprovechamiento. Era más bajo que el Chato César pero más estudioso que éste. Su madre, en una oportunidad, le contó al auxiliar que su diploma de reconocimiento lo había quemado.

_ ¿Quieren pelear?_ preguntó “Coche” Sandro, otro amigo de César. Hubo un breve silencio en el aula. La mosca negra se desprendió de la parte superior de la pizarra y salió por la puerta por donde salió el profesor. En el patio central continuaba el recreo. Era las diez y treinta de la mañana. Las pelotas seguían chocando en el tablero de básquetbol y daban bote en el piso unas tras otras. En una de las canchas era entrenando la selección de básquet del colegio. En el canchón se escuchaba los gritos de los alumnos que jugaban fútbol.

_ Sí_ contestó el Chato César como queriéndose cobrar la fuerte cachetada que había recibido.

Yondé continuaba callado. Miraba a sus amigos como pidiendo consejos. Nunca lo habíamos visto pelear como lo hacía con los números en Geometría y Física. Era su momento para verlo si sabía sacar la raíz cuadrada con los puños.

_ Sí_ también contestó con una voz apagada y medrosa. Había decidido enfrentar al retador. El desafío estaba aprobado y los amigos de ambos contrincantes también lo aprobaron.

_ Quitemos las carpetas a un costado_

_ Nadie se mete_

_ Sólo cuando hay sangre para la pelea_ dijo Napo

_ No, el que ya no quiere seguir alza la mano_ agregó El Pato.

El Chato César y Yondé se habían puesto al centro del aula. Se miraban mutuamente. Ambos los puños los tenían levantados cuando sonó el timbre mensaje que había terminado el recreo. En el pasillo principal se escuchó la voz de “Cashalo” Salazar, auxiliar de quinto año. Fumaba como chimenea vieja. Cuando íbamos en cuarto grado, por tanto fumar casi se muere pero lo salvaron. El auxiliar daba órdenes para que los alumnos entren a sus aulas. El desafío se postergó para la hora de salida.

Dio la una en punto de la tarde. Sonó el timbre de salida. Los alumnos de todos los grados comenzaron a salir por el pasadizo principal en cuya pared estaban las placas de los directores desde 1831 hasta 1985. Corrían cruzando la calle hasta llegar al arco de 13 de julio. Del aula, los demás compañeros ya habían salido. Sólo habían quedado el Chato César y Yondé con sus respectivos amigos.

_ Vamos al “Hueco”_ habló Chelo_. Ahí las broncas son mejores. Ni los profesores y auxiliares podrán ver.

El Hueco era una especie de rin cuyo fondo era plano. Ahí se libraron desafíos y broncas de muchos alumnos. Estaba ubicado a un costado del canchón y a orilla del río San Lucas que atraviesa el corazón de la ciudad de Cajamarca. En el Hueco se habían librado muchas broncas. Sobre todo broncas de los alumnos de los últimos grados. Los de primero y segundo grado sólo miraban. Eran todavía unos niños.

_ ¿Qué dicen, se arreglan aquí en el aula o en el Hueco?_ preguntó Napo quien se sentía emocionado como si él iba a pelear.

_ No, mejor que se den la mano_ dijo uno de los chancones

_ Sí, que se den un abrazo y ahí quede todo_ agregó otro

_ ¡No!_ exclamó el Chato César quien quería sacarse la cachetada de la cara_ vamos al Hueco.

El Pato conversó casi al oído con Yondé. Luego éste con una voz envalentonada y sacando pecho como pavo encaramado dijo:

_ Sí, vamos al hueco_

Ambos grupos salieron del aula. Cruzaron el patio principal en diagonal y se dirigieron al canchón como notando que iban a jugar fútbol. Uno de los auxiliares del turno de la tarde los quedó mirando. Los desafiantes iban rodeados de sus compañeros. Al Chato César le decían que tenga cuidado con la cabeza de Yondé porque la tenía grande. De un cabezazo le pude sacar de la pelea. Le aconsejaban que se prenda del cuerpo de su rival hasta derribarlo.

En tanto Yondé caminaba cogido su mochila negra como yendo a escuchar clases. Un muchacho, compañero de aula, se le había unido. No era un chacón como él y sus amigos. Le decían “Clavo”, pero realmente se apellidaba Cerdán

_ ¡Cerdán, está jalado. Tiene 08! _ Le decían la mayoría de los profesores. Se sentaba al final en una carpeta a punto de desarmarse. No era del grupo del Chato César. El Clavo se le acercó más a Yondé y le iba dando consejos de boxeo. Su padre había sido boxeador pero murió muy joven por un mal golpe que recibió en una pelea. Ahora su madre se encarga de su educación.

_ ¡Bronca!, ¡bronca!_ se escuchó la voz de uno de los alumnos que estaban jugando fútbol_. Se van al Hueco.

Eran estudiantes de tercer año.

Los muchachos dejaron de jugar. Se quedaron mirando a los dos grupos que se dirigían al Hueco. Uno de ellos cogió la pelota y siguieron a ver la bronca. Era, aproximadamente, la una y treinta de la tarde. El sol había mermado y un leve viento soplaba por los oídos de los contrincantes. Éstos y sus amigos y los demás muchachos que se habían unido llegaron al lugar donde se iba a librar la pelea. Volvió a salir le sol deslizándose entre las nueves oscuras.

El Chato César, con sus amigos, bajó a la planicie del Hueco y se puso a un costado. Lo mismo hizo Yondé con sus patas, se puso al otro costado de modo que, ambos, quedaron frente a frente. Los demás sólo atinaban a mirar de la parte alta.

_Sólo cuando hay sangre para la pelea_ volvió a plantear su regla Napo.

_ No, el que ya no quiere pelear alza la mano_ trató de refutar Pato la regla de Napo_. No es necesario que haya sangre de cualquiera de ellos para que pare la pelea. Sólo alzar la mano y todo concluido.

_ ¿Qué dicen los demás?_ Preguntó El Coche Sandro.

_ Sí, no es necesario sangre_, habló Nieto

_ Está bien, sólo alza la mano y termina la pelea_ dijo uno de los amigos de Yondé.

Todo quedó listo. Yondé se había sacado la chompa y levantado las mangas de la camisa. Era su primera pelea a parte con los números en Matemática. El Chato César, quien era más palomillo, se había sacado la chompa y la camisa. Sólo había quedado en bivirí. Era una más de las muchas peleas que había tenido como estudiante. En una pelea, cuando íbamos en cuarto grado, le dieron duro. Un alumno del quinto año lo salvó de una tremenda golpiza.

Ambos se pusieron al centro. Yondé alzó los puños a la dirección de su cara como para defenderse de los puños de su enemigo. Un puño lo tenía delante y el otro a la altura de su pómulo derecho. Clavo lo había aconsejado bien. El Chato César, quien era más bajo que Yondé, sólo puso los puños a la altura de su pecho. Corrió para coger a su oponente por la cintura para así derribarlo. No pudo. Yondé se puso de lado y César pasó de frente como queriendo caer. Después lanzó una trompada que cayó débilmente por la espalda de Yondé. Éste, que tenía los brazos más largos, lo abrazó por el cuello y ambos quedaron trenzados entre brazos. Chelo se acercó y los separó. No había sangre y ninguno de los dos alzaba la mano. Nuevamente se entrecruzaron puños pero en ninguno de los dos caía. Volvieron a abrazarse y allí estuvieron como dos minutos. Nadie los separó. Después se separaron y ambos lagrimeaban. Uno de ellos alzó la mano dando la señal que ya no quería pelear. No era de Yondé sino del Chato César quien, en plena pelea, había reconocido la falta que había cometido en el aula.

_Se amariconó el Chato_ dijo Napo

_ ¿Para eso has querido venir a pelear aquí?_ agregó Chelo

_ No se trata de quién se saca más sangre_ habló Piolín de la parte alta del Hueco y quien había llegado al final a presenciar la pelea_. Se trata de reconocer nuestros errores y el Chato César se equivocó. No reconoció ante el profesor que él fue quien gritó. Una cosa es la palomillada y otra ser responsables de lo que hagamos o hablemos. Siempre hemos asumido nuestros errores, con consecuencias negativas o positivas pero los hemos asumido. Nos hemos caracterizado en el aula por la responsabilidad. Responsabilidad de las cosas buenas o malas que hagamos. Todos sabemos muy bien que con el profesor de Cívica no podemos jugarnos. Con sangre o sin sangre no se arreglan las cosas. Con…

_ Es verdad_ interrumpió Nieto, quien estaba parado cerca de Yondé.

El viento, que soplaba levemente, movió la copa de dos árboles de eucalipto. Éstos hacían sombra en el sol. Los alumnos que se habían acercado para ver la pelea se habían retirado. Sólo habían quedado El Chato César y Yondé y los amigos de cada uno de ellos. Los contrincantes se abrazaron y salieron del Hueco con dirección a la calle por la puerta posterior del colegio.

A la semana, el Chato César había recibido otra cachetada del profesor de Cívica no porque había a vuelto a gritar en el aula, sino por no estudiar. Lo había llamado a paso oral pero como nunca estudiaba le había caído otra cachetada. Regresó a su asiento cogiéndose la cara.